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miércoles, 20 de marzo de 2013

CAPITULO I: MI NOMBRE ES HORUS




En aquella habitación había poca luz. Solo se filtraba de forma tenue por un tupido ventanal, que estaba recubierto por algo grueso y malsano.
Horus estaba allí sentado, mirando al suelo. Su mente estaba en aquel momento lejos de allí, tanto en la distancia como en el tiempo.
Aquellos recuerdos nunca lo dejaban, aquel acto que cometió hacia milenios, cuando mato a uno de sus mejores amigos. Siempre lo había considerado su amigo, su hermano. Pero él lo tuvo que matar, no le quedó más remedio. Su recuerdo lo torturaba. Suplico a Garviel que acabara con aquello, pero él, otro de sus antiguos amigos solo le contesto una cosa: Vive con lo que hiciste. Solo le quedaba aquello, el remordimiento. Y tenía que vivir con aquello.
Le enfermaba. Hasta no podía aguantar su propia presencia y aún menos la de sus hombres. Quería estar solo, rumiar en solitario su falta. Pero aquello lo hundía más. La desesperación le llenaba, él no era ya el de antes.
Y entonces ella apareció. 
-          Horus- le dijo con voz cálida y suave.
-          Mi Señora- le contesto él.
Era una mujer humana joven, que aparentaba unos treinta años. Vestía un ajustado vestido negro, con dos espadas que colgaban de su cintura y que mostraba todas sus formas y era la tentación. Horus muchas veces la miraba y sentía el deseo, el deseo de poseerla. En teoría aquello no debía de sentirlo, ya que cuando se transformó en un astarte todos esos anhelos y deseos fueron eliminados, aniquilados. Pero en su presencia, esos deseos volvían a él. Había visto a otras humanas y no había sentido aquello, pero con ella sí. Y eso lo volvía loco. No se podía explicar aquello, como esa mujer lo atraía de aquella forma.
Su movimiento era casi deslizante, su cabellera morena le caía por los hombros, formando un rio que caía sobre sus pechos. Su rostro era bonito, no precioso. Era bellísima, sus facciones delicadas y elegantes, muy orientales le excitaban.
     -          No me llames así- dijo ella con voz melosa acercándose a él.
     -          ¿Entonces cómo quieres que te llame?
     -          Anarquía. Soy Anarquía, solo eso. Estoy aquí para servirte.
     -          Como yo también- dijo una voz de hombre desde la oscuridad.
     -          Y yo- aquello voz de mujer, que carraspeaba.
     -          Nosotros estamos aquí para servirte- esa voz salió enfrente de él.
Delante de si, junto a Anarquía vio a un ser envuelto como en una neblina negra. Tenía forma de lo que podría haber sido un humano, pero las vitolas aire le hacían parecer inestable. Unas manos con garras que se conectaban a lo que parecía su cuerpo, inestable. Vio en sus ojos un hueco profundo, sin fondo.
     -          Somos tus servidores- dijeron al unísono.
     -          ¿Qué queréis de mí?- dijo él, torturado.
     -          Ya te lo dije-  contesto Anarquía- quiero que seas la punta de lanza en el corazón de mis hermanos.
     -          ¿Qué hermanos?
     -          Khorne, Tzeencth, Nurgle y Slaanesh, quienes sino. Ellos me arrojaron, me exiliaron. Me dividieron. Pocos se atreven a seguirme, pero mis seguidores solo están en este mundo por una cosa.
     -          El Caos Absoluto- dijo la voz del guerrero, que salió de la oscuridad.
Portaba una armadura antigua, muy labrada y llevaba un casco que solo le mostraban sus ojos, que parecía que su boca estaba formada por unos colmillos, pero sus piernas eran las de un reptil y en sus manos llevaba lo que parecía una lanza de antigüedad. No había visto nunca a nadie así. No era una servoarmadura, era algo mucho más antiguo, casi prehistórico, como las antiguas armaduras que llevaban los humanos antes del primer milenio. Pero destilaba poder, mucho poder en él. Era un guerrero asombroso.
     -          Soy el Caos Absoluto y sin límites- volvió a decir él- conmigo nadie podrá pararte, serás invencible, incluso tú Lord Abaddon deberá de arrodillarse frente a tú poder.
     -          Pero debes servirme solo a mí- dijo la voz carraspeando, sin salir de la oscuridad- solo a mí. Tendrás que unir a tus hombres en esta fe, convertirlos en nuestros seguidores, que abandonen a esos falsos dioses a los que adoran.
    -          ¿Y los que no quieran?- pregunto Horus.
    -          Se enfrentaran a mí- dijo con voz profunda la sombra- y no conocerán otro día. Deberás de separar a los creyentes de los herejes. Solo los que sigan nuestra fe, sigan nuestra causa serán los dignos de servirme. Serán los Elegidos de Horus.
    -          Sé que hay uno que no te seguirá, Horus- dijo Anarquía acercándose a él-. Además está preparando una traición, él y sus hombres. Saardiar debe de ser purgado, es un creyente de uno de mis hermanos, de Slaan. Se ha entregado a sus brazos y ya no puede ser rescatado de ellos. La ama demasiado como para traicionarla.
    -          ¿Es mujer Slaanesh?- inquirió Horus aturdido.
    -          Si quiere si- dijo Anarquía- es mi hermana, o puede ser hermano, ya que puede elegir su manifestación. Es el placer, el dolor, la sensualidad sin límites. Pero puede ser dañada o destruida.
    -          Y eso es lo que queréis, provocar una guerra en el Caos.
    -          ¡QUEREMOS VENGANZA!- volvieron a gritar todos a la vez.
    -          Quiero volver a ocupar mi puesto- dijo Anarquía-, mí puesto como su superior, destronada por unos hermanos traidores.
    -          ¿Y después que?- Horus la miro fijamente a los ojos.
    -          Serás liberado. Podrás hacer lo que se te antoje. Podrás ser un legionario si quieres, o tal vez un Señor de la Guerra que traiga de una vez la paz a la Galaxia, como Horus, tu padre.
    -          El fracaso, el Emperador.
    -          El Emperador murió. Aunque renacerá, lo sé. Queda mucho para eso. Por eso debemos de aprovechar y mover nuestras piezas antes de eso- dijo Anarquía.
    -          Y cuando vuelva, se enfrentara a vosotros- dijo Horus.
    -          Tal vez, o comprenderá de una vez por todas su sitio en el Universo.- dijo el guerrero- Su muerte fue debida por su ambición desmedida. No puedes controlar todo el universo, los eldars lo intentaron y fracasaron. Los Necrontyr también y fueron aniquilados, encerrados en cuerpos metálicos sin alma. Entre ellos existe una guerra sin fin. Pero existen unos que son puros.
    -          Los Tau, ¿no?- Horus lo miro.
    -          Si, ellos- le contesto Anarquía-, pero también el Gran Devorador. Los pieles verdes, a su estilo también. Pero el Imperio Humano será extinguido, como lo fueron los otros. Tú puedes evitarlo. Cada raza tiene su función en el Universo. Solo puede haber equilibrio si existen las razas. Si una toma el control, como quieren mis hermanos, solo habrá Caos, Muerte, Dolor.
    -          Por eso vienes a mí, no.
    -          A ti y a otros- dijo la sombra- otros que como tú han caído, pero que quieren de nuevo alzarse.
    -          ¿Queréis que acepte?- la voz de Horus se alzó un poco, pero era casi un susurro- Hombres a mi cargo deben de morir y queréis que os acepte. Sois iguales que vuestros hermanos.
    -          Horus, Saardiar ya te ha traicionado a ti- le dijo Anarquía- Está en contacto con tú enemigo, solo es de esperar un tiempo para que Abaddon aparezca por este planeta y termine lo que quiso hacer milenios atrás. Debes elegir.

Horus los miro a todos, fijamente. La decisión era crucial, lo sabía. Sospechaba de Saardiar hacía tiempo y conocía que pasaba algo. Lo sospechaba y aquello lo corroboraba.
    -          Acepto- dijo Horus- con una condición. Cuando todo esto acabe yo mis hombres eremos liberados de todo. Quiero que toda mancha de corrupción desaparezca de mi y mis hombres.
    -          ¡ACEPTAMOS!- dijeron todos a la vez- Ahora veras mi verdadera forma.

Lo que paso después fue una locura. Todas las formas se disolvieron y un cauce de poderosa energía lo atravesó y se dirigió hacia el centro de la sala, formando un vórtice de energía de diferentes colores. Y cuando toda esta energía se unió, una forma, de color blanco al principio, se materializo delante de Horus.
Era un dragón, de proporciones fabulosas, parecido a los que había visto siglos atrás en ilustraciones de Cathai.
    -          Has elegido sabiamente Horus- dijo el dragón-, recibirás la visita de alguien, un mensajero. Otro de los Elegidos.
Y al decir esto, el dragón desapareció de la misma forma que apareció, pero esta vez solo se transmuto en Anarquía.
    -          Soy tu servidora, Horus, manda y obedeceré.

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